La pequeña puerta se abre.
Mercedes: Eh.
Enrique se acerca a mirar.
Enrique (sin dar crédito): No os lo vais a creer...
Saca cuatro sombreros. Un sombrero de torero, uno de payaso, un sombrero
de copa y una mitra de obispo.
Enrique (saca un sobre del
buzón; lo lee): «Pónganse un sombrero cada uno, después abran el sobre.»
Fernando: ¿Nos debemos poner estos
sombreros?
Enrique (mostrando el sobre): A mí no me mires.
Fernando: Por favor...
Carlos: Pero, ¿por qué?
Enrique: Eso es lo que debe explicar
el sobre, pero primero nos los hemos de poner.
Mercedes: ¿Cualquiera?
Mercedes: ¿Cualquiera?
Enrique: Eso parece.
Fernando: ¡Surrealista! ¡Lo encuentro
surrealista!
Enrique: Bueno... No nos lo pensemos
más.
Enrique coge el sombrero de copa y se lo pone. Mercedes coge el de
payaso. Carlos, el de torero. A Fernando le queda el de obispo. Sin mucho
entusiasmo, lo coge y se lo pone. Se miran, cada uno con su sombrero puesto.
Fernando: Os pido un favor. Si algún
día nos encontramos fuera de aquí, hagamos como si esto no hubiese pasado nunca.
Enrique: Leo. (Enrique abre el sobre y lee.) Ah, muy bueno. Yo ya he jugado a
eso.
Fernando: Venga, por favor…
Enrique: «Ustedes son los únicos
ocupantes de un avión en llamas que está a punto de estrellarse. Un payaso, un
torero, un obispo y un político. Sólo tienen un paracaídas. Deben defender
delante de sus compañeros por qué su personaje es el que merece utilizar el
paracaídas y salvarse.» Está muy bien. Yo jugué en una convención.
Carlos: Parece uno de aquellos
chistes de un francés, un alemán y un español...
Enrique: En aquella convención había
una chica que hacía dinámicas de grupo y jugamos a una cosa casi igual. Pero
nosotros estábamos en un globo y los personajes no eran exactamente los mismos.
Lo que debíamos hacer era decidir a ver quién saltaba, porque el globo estaba
perdiendo altura y no nos quedaba lastre para lanzar, y uno de los personajes
debía saltar, y discutíamos a ver quién era el menos importante. Fue muy divertido. Yo era...
Fernando: Perdona...perdona que te corte. Hay una
cosa en la mecánica que no entiendo. Si nosotros somos los únicos ocupantes del avión, lo que me
gustaría saber es quién estaba pilotando. Supongo que era el payaso, y por eso
estamos a punto de jódernosla.
Mercedes (no le ha hecho gracia): Ja, ja.
Enrique: Lo que debemos hacer es
discutir quién merece vivir. Quién es más importante para el mundo.
Carlos: Pues yo, de torero, lo tengo
fatal.
Fernando: No quiero cortaros el rollo,
pero recapacitemos un instante. Estamos optando a un cargo ejecutivo en una de
las empresas más grandes del
mundo. Miraos, por favor.
Enrique: ¿Qué pasa?
Fernando: No, nada. No pasa nada. Debe
ser problema mío. Continuemos.
Carlos: ¿Qué hacemos, hablamos cada
uno y después discutimos?
Enrique: Sí, ¿no?
Mercedes: ¿Me dejáis hacer una
propuesta, antes? Entre nosotros hay un obispo. Un hombre de Dios. Un hombre
que cree en la otra vida y que, además, valora la caridad y solo piensa en
hacer el bien... Yo propongo que él, voluntariamente, se sacrifique por los demás
y renuncie a utilizar el paracaídas. Me parece que sería una actitud muy
cristiana.
Fernando: Tú, ¿de qué vas? Yo no me
sacrifico por nadie.
Mercedes: Era una broma.
Fernando: Una broma... Ah, claro, como eres
el payaso...
Jordi Garcelán, El método Grönholm.
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