domingo, 25 de septiembre de 2016

Para segundo de ESO: Registros.

Aunque todos hablemos la misma lengua, no hablamos siempre de la misma forma. Piénsalo: ¿hablarías igual con la directora del insituto que con tu mejor amigo? Seguro que no, y no solo por lo que dijeras, sino por cómo lo dijeras, por la propia forma de hablar. A cada una de esas formas de hablar se le llama registros, y según las situaciones podremos distinguir dos registros básicos:



Registro
coloquial
Registro
formal

 Definición






   

Rasgos
Muletillas

Oraciones cortas

Expresiones informales
y frases hechas

Pronunciación relajada

Uso de “
(en vez de “usted”)






Ahora vamos a practicar un poco...

TOCHO. Un paquete de Fortuna, señora. (La anciana se lo alcanza y él se busca los duros disimulando, mientras el otro vigila de reojo. A una seña se lanzan al lío, amaneciendo en un tris en las manos del más joven un pistolón de aquí te espero, con el que se hace dueño de la situación.) ¡Manos arriba! ¡Esto es un atraco, como en el cine! ¡Señora, la pasta o la mando al otro barrio!
ABUELA. ¡Ay, Jesús. María y José! ¡Ay, Cristo bendito! ¡Santa Agueda de mi corazón! ¡Santa Catalina de Siena! …
TOCHO. Déjese de santos y levante el ladrillo. No nos busque complicaciones y a lo mejor le dejamos pa la compra de mañana. ¡Venga. Que se nos hace tarde y nos van a cerrar! ¡Qué pasa! ¡La pasta o la pego un tiro, ya!
LEANDRO. (Entrando desde la puerta.) ¿Qué? ¿Está sorda o no oye? ¡El dinero! (LA ABUELA, que se ha quedado un momento petrificada, se arranca de repente por peteneras y se pone a dar unos gritos que pa qué
ABUELA. ¡Socorro! ¡Socorro, que nos roban!
LEANDRO. ¡Agarra a esa loca, que nos manda a los dos a Carabanchel!
TOCHO. ¡Calle! ¡Calle, condenada, o la … ¡ (TOCHO la sujeta a duras penas tapándole la boca, mientras LEANDRO echa el cierre al negocio, atrancando la puerta. Luego saca una navaja y avanza hacia la vieja a la cosa se pone negra y a punto de salir en El Caso en la primera página.)
LEANDRO. ¡A ver si nos estamos quieta! Esto no es una broma. Si grita otra vez le saco las tripas al aire a ventilarse ¿me oye?
TOCHO. ¡Será animal, no se pone a dar gritos así por las buenas! (Se oye un ruido arriba.) ¡Chiss, hay alguien arriba! ¡La escalera, cuidado! (Sujeta a la vieja apuntándola, mientras LEANIDRO, navaja en mano, se esconde junto a la escalera para coger al que baje. Aparece entonces ÁNGELES, la nieta, delgaducha y con gafas.)
ÁNGELES. ¿Pasa algo, abuela? ¿Quiere las gotas?
TOCHO. Esto no se arregla con gotas. Bienvenida a la reunión, pequeña. ¡Baja, baja! Así somos cuatro y podemos echar un tute si cuadra. (LEANDRO se acerca por, detrás y ella le ve de pronto con la navaja.)
ÁNGELES. ¡Aaaah!…
LEANDRO. ¡Calla, tú! ¡Quieta y a ser buena! No te vamos a hacer nada, ni a ella tampoco. Solo queremos el dinero y nos vamos.
TOCHO. ¡Venga! Suelta la pasta y soltamos a tu abuela.
ÁNGELES. ¡Ay, Dios! Yo no sé dónde está. ¡Sólo lo suelto!
LEANDRO. ¡Lo suelto y lo atado! ¡Venga, rápido, el dinero, que es pa hoy!
ÁNGELES. Lo guarda la abuela, de verdad. ¿A que sí, abuela? … Yo no sé donde está … Sólo eso, lo del cajón. (Sacan el cajoncillo de los cuartos y lo ponen en mostrador.)
TOCHO. ¡La calderilla! Va a parecer que venirnos de un bautizo, ¡no te jode!
LEANDRO. Suéltala, déjala hablar. Que diga dónde está.
TOCHO. (Quitándole la mano de la boca, con voz amenazante) ¡Abuela, el dinero y van tres!
ABUELA. ¡Mecagüen hasta en la leche que habéis mamao! ¡Canallas! ¡Hijos de mala madre! ¡Quererle robar a una vieja … ¡
TOCHO. A una vieja y a una joven. El dinero o le salta la tapa de los sesos. ¡Se acabó! A la una, a las dos a las …

                                                          José Luis Alonso de Santos, La estanquera de Vallecas.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Para segundo de la ESO: textos para ejercicios.



La pequeña puerta se abre.

Mercedes: Eh.

Enrique se acerca a mirar.

Enrique (sin dar crédito): No os lo vais a creer...

Saca cuatro sombreros. Un sombrero de torero, uno de payaso, un sombrero de copa y una mitra de obispo.

Enrique (saca un sobre del buzón; lo lee): «Pónganse un sombrero cada uno, después abran el sobre.»
Fernando: ¿Nos debemos poner estos sombreros?
Enrique (mostrando el sobre): A mí no me mires.
Fernando: Por favor...
Carlos: Pero, ¿por qué?
Enrique: Eso es lo que debe explicar el sobre, pero primero nos los hemos de poner.  
Mercedes: ¿Cualquiera?
Enrique: Eso parece.
Fernando: ¡Surrealista! ¡Lo encuentro surrealista!
Enrique: Bueno... No nos lo pensemos más.

Enrique coge el sombrero de copa y se lo pone. Mercedes coge el de payaso. Carlos, el de torero. A Fernando le queda el de obispo. Sin mucho entusiasmo, lo coge y se lo pone. Se miran, cada uno con su sombrero puesto.

Fernando: Os pido un favor. Si algún día nos encontramos fuera de aquí, hagamos como si esto no hubiese pasado nunca.
Enrique: Leo. (Enrique abre el sobre y lee.) Ah, muy bueno. Yo ya he jugado a eso.
Fernando: Venga, por favor…
Enrique: «Ustedes son los únicos ocupantes de un avión en llamas que está a punto de estrellarse. Un payaso, un torero, un obispo y un político. Sólo tienen un paracaídas. Deben defender delante de sus compañeros por qué su personaje es el que merece utilizar el paracaídas y salvarse.» Está muy bien. Yo jugué en una convención.
Carlos: Parece uno de aquellos chistes de un francés, un alemán y un español...
Enrique: En aquella convención había una chica que hacía dinámicas de grupo y jugamos a una cosa casi igual. Pero nosotros estábamos en un globo y los personajes no eran exactamente los mismos. Lo que debíamos hacer era decidir a ver quién saltaba, porque el globo estaba perdiendo altura y no nos quedaba lastre para lanzar, y uno de los personajes debía saltar, y discutíamos a ver quién era el menos importante.  Fue muy divertido. Yo era...
Fernando: Perdona...perdona que te corte. Hay una cosa en la mecánica que no entiendo. Si nosotros somos los únicos ocupantes del avión, lo que me gustaría saber es quién estaba pilotando. Supongo que era el payaso, y por eso estamos a punto de jódernosla.
Mercedes (no le ha hecho gracia): Ja, ja.
Enrique: Lo que debemos hacer es discutir quién merece vivir. Quién es más importante para el mundo.
Carlos: Pues yo, de torero, lo tengo fatal.
Fernando: No quiero cortaros el rollo, pero recapacitemos un instante. Estamos optando a un cargo ejecutivo en una de las empresas más grandes del mundo. Miraos, por favor.
Enrique: ¿Qué pasa?
Fernando: No, nada. No pasa nada. Debe ser problema mío. Continuemos.
Carlos: ¿Qué hacemos, hablamos cada uno y después discutimos?
Enrique: Sí, ¿no?
Mercedes: ¿Me dejáis hacer una propuesta, antes? Entre nosotros hay un obispo. Un hombre de Dios. Un hombre que cree en la otra vida y que, además, valora la caridad y solo piensa en hacer el bien... Yo propongo que él, voluntariamente, se sacrifique por los demás y renuncie a utilizar el paracaídas. Me parece que sería una actitud muy cristiana.
Fernando: Tú, ¿de qué vas? Yo no me sacrifico por nadie.
Mercedes: Era una broma.
Fernando: Una broma... Ah, claro, como eres el payaso...

                                                   Jordi Garcelán, El método Grönholm.

Para segundo de la ESO: textos para ejercicios



Paulino: Oye Carmela…
Carmela: ¿Qué?
Paulino: Yo… Yo no sé lo que es esto.
Carmela: ¿Lo que es, qué?
Paulino: Esto… Lo que nos pasa… Que tú estés aquí, muerta, y que podamos hablar, tocarnos… No entiendo cómo está ocurriendo, ni por qué…
Carmela: Yo tampoco, pero… ya ves.
Paulino: Te juro que casi no he bebido… Y soñar, ya sabes que yo no sueño nunca… o casi.
Carmela: No, tú con roncar, ya…
Paulino: Entonces, ¿cómo es posible?
Carmela: Qué quieres que te diga… A lo mejor, digo yo, como hay tantos muertos por la guerra y eso, pues no cabemos todos…
Paulino: ¿En dónde?
Carmela: ¿En dónde va a ser? En la muerte… Y por eso nos tienen por aquí, esperando, mientras nos acomodan…
Paulino: No digas tonterías, Carmela. ¿Crees tú que la muerte es… un almacén de ultramarinos?
Carmela: ¿Y tú qué sabes, di? ¿Te has muerto alguna vez?
Paulino: Claro, aquí la única muerta es la señora… ¡Pues, menuda…!


                                                                       José Sanchís Sinisterra, ¡Ay, Carmela!